domingo, 1 de febrero de 2015

lunes, 20 de octubre de 2014

Reseña a Elisabet Benavent

             Cuando terminé la Saga Valeria nunca pensé que nuestra Beta Coqueta que pudiera superarlo. No me entendáis mal, Valeria es Valeria y siempre tendrá un huequito dentro de mi recuerdo. Amé, amo y amaré a todos y cada uno de sus personajes (incluso a Adrián que era un capullo integral). Pero ahora ha llegado El Universo Silvia y se ha hecho otro huequito justo al lado. Porque en realidad todas somos Valeria o Silvia, Lola o Bea; o todos son Victor o Gabriel, Bruno o Alvaro… Porque, si algo consigue Elisabet con su forma de escribir es que nos sentamos identificadas con todas y cada una de esas personillas que forman parte de sus grandes obras de arte, porque no puedo definir sus libros como otra cosa. Obras de arte con las que me siento tan identificada que a veces pienso que esta chica me ha estado espiando por una mirilla o puesto cámaras en cada rincón de mi vida en plan El Show de Truman.
                Os confieso que, sin duda, con la que más me siento identificada es con Silvia y todo su universo. Porque, por suerte o por desgracia, he vivido muchas de las situaciones y sentido muchas de las emociones que se dan en los dos libros.
                Sé lo que es pensar que quizás has querido a alguien demasiado, sin pararte a pensar si te hace bien o mal. Sé lo que es sentirse totalmente dependiente de una persona y que esa persona haga más caso a lo que dice otra persona de ti que lo que ve con sus propios ojos. Sé lo que es creer que puedes morir porque esa persona a la que has querido tanto, con la que tantos planes has hecho ahora está con otra. Sé lo que es pedirle a alguien que te quiera y sentir que es lo único que necesitas para poder seguir respirando. Sé lo que se siente al descubrir que no bastó con quereros. Sé lo que se siente al darte cuenta que te estás auto destruyendo y que está desapareciendo poco a poco eso que un día fuiste, y creer que no mereces que te ayuden.
               Algunos diréis que me he puesto muy melodramática y que solo me identifico con Silvia en las cosas chungas, pero es que también soy muy Drama Queen como ella.  Pero tranquilos que también hay cosas buenas.
               Saber que tienes una amiga la cual te quiere tanto que aunque sepa que lo va a pasar mal si te vas lejos y que te echará de menos bastante a menudo, te animaría a que te fueras, porque sabe que lo mejor para ti es estar lejos de donde estás, eso es una sensación que todos deberíamos sentir. Yo afortunadamente la siento, tengo a mis Beas particulares (Beatriz, Ana, Carmen… Os quiero aunque no os lo diga mucho).
Adorar el cuerpo sobretatuado de un hombre (sobre todo el de Adam Levine, en eso soy más Bea). Tatuarte el nombre de la persona a la que quieres y no arrepentirte de ello. Llevar el mismo tatuaje que dos de las personas más importantes de tu vida. ¿Os habéis dado cuenta que me gustan los tatuajes?
               Y no me gusta el Universo Silvia solo por estas cosas con las que tan identificada me siento. Me gusta porque la forma en la que escribe Elisabet es tan cercana, que aunque no hayas vivido una situación o sentido una sensación, ella consigue que sepas de que va. En cada escena que lees, tu mente puede correr a mil por hora visualizando cada detalle, cada gesto, tanto que a veces llegas a sentirlo. Cuando coges un libro y sientes ese pellizco en la garganta o en la boca del estómago, porque cuando el personaje llora tú lloras, cuando se ríe te ríes, eso es lo que ella (con Silvia o con Valeria) consigue. Y es eso lo que te hace leer capítulo tras capítulo de sus novelas.
               Ojalá algún día las palabras que salgan de mis dedos sean tan buenas y sepan llegar a donde llegan las de ella, aunque me queda mucho que aprender.
En definitiva, lo que he querido decir con todo este rollazo tan trascendental que os he soltado, es que si queréis saber lo que es estar enganchado a algo, a algo sano, tenéis que leer sus libros.

Aquí os dejo los enlaces para poder comprar sus libros en Amazon. Os aseguro que merece la pena.



SAGA VALERIA







UNIVERSO SILVIA


miércoles, 19 de febrero de 2014

Noticias

Bueno chic@s. Se que debéis pensar que ya me vale haber dejado de publicar, y mas en un momento tan crucial en la historia. ¿Se acostaran o no se acostaran? No os preocupéis, terminareis sabiéndolo. Pero para saber cómo continúan Los Pensamientos de Nina, vais a tener que esperar un tiempo. He decidido escribir la historia completa y autopublicarla en formato electrónico. Ya os avisaré exactamente cuando y donde lo haré, para que el/la que quiera pueda adquirirlo (tranquil@s, sera baratito, precios anti-crisis). Hasta entonces, os pido un poco de paciencia. Lo intentaré acabar lo antes posible para que podáis disfrutar de la historia completa.
Por último, agradecer a tod@s l@s que estáis siguiendo este blog. Nina os lo agradece de corazón.

Un abrazo a tod@s.
Muchas gracias,
Mandy B.

viernes, 14 de febrero de 2014

Capítulo 7



            La cara que se le queda a mi amiga es un poema. Pasa la vista desde mí hasta Nico y vuelta a mí. Yo me sonrojo al máximo y me tapo la cara, él sonríe como satisfecho. Esto no me puede estar pasando a mí.

            -Vicky, este es...- mi amiga me interrumpe.

            -Nicolás Navarro. Toni me ha hablado de ti- y ella, muy dicharachera, se acerca sonriente y le planta dos besos-. Encantada de poder conocerte por fin.

            -Igualmente. Toni tiene mucha suerte de tener una novia tan guapa- ella finge ruborizarse.

            -Adulador...- me mira como pidiéndome una explicación.

            -Nico me estaba ayudando a hacer la tarta para mi padre. Mañana es su cumpleaños.

            Nos mira a los dos comprobando que sí que tenemos manchas de harina y azúcar por toda la ropa, especialmente yo.

            -Bueno, os dejo que sigáis entonces con vuestras tareas culinarias- mi amiga deja la botella de vino sobre la mesa de centro del salón-. Os dejo el vino para que os lo toméis en la cena.

            -No, si Nico ya se iba, ¿verdad?- lo miro, esperando que me siga la corriente.

            -Aún queda hacer la crema pastelera y la cubierta- me mira alzando las cejas.

            -Puedo hacerlo yo sola- le miro mal.

            -Voy a ayudarte.

            Y su tono autoritario me hace asentir como una tonta y mirar a mi amiga pidiéndole perdón. Pero, por la sonrisa que tiene de oreja a oreja, tiene pinta de que parece que ella está mucho más contenta que yo de que el morenazo se quede a hacerme compañía.

            -Bueno, de todas formas, yo he quedado para cenar con Toni- se lo inventa como excusa Vicky.

            -Pues no le hagas esperar, que estará impaciente por verte- dice con tono divertido Nico, mirando de arriba a abajo a mi amiga.

            ¿Acaso yo no tengo nada que opinar en mi propia casa? Ella se dirige hacia la puerta y, sonriendo, me hace una señal para que me acerque. Le temo cuando pone esa miradita...

            -Aprovecha que lo tienes manchado y en tu casa para que te ponga mirando pa' Cuenca, amiga- susurra mi amiga, pero sin dejar de mirar al chico que está detrás de mí.

            -Vickyyyy…- le digo en tono recriminatorio.

            -Recuerda, no hagas nada que yo no haría- y, divertida, me da un beso en la mejilla y se marcha por las escaleras.

            Cierro la puerta y me encuentro a un muy contento Nico, con aires de victoria en mi salón.

            -¿Estás contento?- le pregunto intentando parecer enfadada, pero en el fondo me derrite tenerlo cerca.

            -Sí- asiente orgulloso-. Te tengo para mí solo.

            ¿Por qué cada palabra que dice este hombre dirigiéndose a mí parece tan tremendamente sexual? Debo tener las hormonas alteradas, porque tengo unas ganas tremendas de lanzarme a ese cuello tan apetecible y... ¡Buuuuf! Concéntrate, Nina, y sigue con lo que estabais haciendo.

            -Sigamos con la tarta.

            Me dirijo a la cocina intentando no mirarle mucho y me interrumpe agarrándome de la cintura, pegando mi espalda a su pecho. Se me acelera la respiración por tenerlo tan cerca de nuevo.

            -¿No vas a ponerme una copa de ese vino que nos ha dejado tu amiga tan amablemente?- susurra en mi oído.

            -Pero tenemos que...

            -Primero el vino, preciosa- me interrumpe.

            -Va...Vale...- tartamudeo, nerviosa.

            Me deja separarme de él, cojo un par de copas de vino del mueble mientras él se sienta en el sofá y vuelvo a su lado, nerviosa como si fuera la primera cita o como estamos todas justo antes de que nos den el primer beso. Me siento una niña indefensa cuando lo tengo cerca pero, a la vez, la forma en que me mira me hace estar segura de mi misma. Todo lo que indica que tengo que alejarme de él es exactamente lo que me hace estar cada vez más cerca. Todo esto va a acabar mal pero, aun así, le estoy siguiendo el juego. Porque eso es lo que es esto para Nico, un juego de cuánto va a tardar en hacerme caer en sus redes. Y yo lo sé, y aun así voy pasito a pasito cayendo cada vez más abajo.

            -¿Dónde tienes el sacacorchos?- interrumpe mis cábalas.

            -En la cocina, en el cajón de al lado del fregadero- se levanta a por él y vuelve en un minuto.

            -Vamos a ver si tu amiga tiene buen gusto para elegir vino.

            Descorcha la botella de vino y nos sirve un poco a cada uno. Después, me tiende una de las copas y levanta la suya hacia mí.

            -¿Brindamos?- me anima a levantar mi copa.

            -¿Por qué quieres brindar?

            -Por los buenos comienzos- acerca su copa a la mía, haciéndolas chocar, sin separar su mirada de mis ojos- y por los mejores finales.

            Brindo con él y bebo toda mi copa de un solo trago a causa de los nervios. Él se ríe y bebe a sorbitos la suya, sin dejar de mirarme, lo que me pone aún más nerviosa, así que me sirvo otra copa. ¿Dónde estaba mi promesa de hace un rato de que no iba a beber más en toda mi existencia? Creo que se había fugado junto con mi cordura en el mismo instante en que Nico apareció en mi vida.

            -¿Nerviosa?

¿Por qué no deja de observarme de esa forma?

            -No- miento-. Sólo es que tenía sed.

            -Mientes muy mal, preciosa.

            Pone una mano sobre mi rodilla desnuda y yo me agarro a mi copa de vino, como si ésta consiguiera hacer que no cayera al abismo.

            -Estás temblando...- me susurra y acaricia mi rodilla.

            -Es el aire acondicionado, creo que está muy fuerte. Creo que voy a apagarlo.

            Suelto la copa en la mesita y me levanto para coger el mando pero, cuando casi estoy de pie, su mano agarra la mía con firmeza y tira de mí hasta hacerme caer, esta vez de lado sobre su regazo, y nuestras caras se quedan a escasos centímetros. Mi respiración se acelera cada vez más, su mirada se hace más intensa y creo que voy a desmayarme de un momento a otro.

            -¿Por qué te resistes tanto a mí?- me pregunta y lleva una de sus manos a mi cuello.

            -¿Por qué no habría de hacerlo?

            -Porque sabes perfectamente que no podrás resistirte eternamente y, cuanto más tiempo te lo niegues, menos tiempo tendremos de disfrutar de lo que estamos deseando hacer desde el mismo momento que nuestros cuerpos se tocaron por primera vez.

            -No… No sé de qué estás hablando, Nico.

            -De esto...

            Y de repente, noto como una de sus manos sube desde mi rodilla por la cara interior de mi muslo, hasta llegar a mi sexo, el cual cubre con toda su palma. Eso me hace cerrar ligeramente las piernas, pero él me lo impide.

            -Cada parte de tu cuerpo me dice que me deseas. Desde tus ojos hasta tu coño que, cada vez más caliente y húmedo, está loco porque le den lo que lleva deseando dos días- me acaricia despacio por encima de las braguitas.

            Pronuncia esas palabras tan cerca de mis labios que la poca fuerza de voluntad que me queda, se esfuma y me encuentro besándolo con  pasión y deseo, agarrándome a su pelo y abriendo ligeramente las piernas para darle mejor acceso a mí. Él corresponde el beso con brusquedad, presionando cada vez más en mi sexo. Es totalmente diferente a lo que siento con David. Con Nico es como más visceral, como dos animales hambrientos de deseo. En un momento, aparta mis braguitas, pasando su dedo corazón entre mis pliegues, resbalando por mi humedad  y acariciando mi clítoris, lo que hace que se me escape un fuerte gemido que me hace separar mis labios de los suyos.

            -Eso es, preciosa, déjate llevar.

            -No... No puedo... No debo...

            -Deja de negártelo, Nina- mueve su mano un poco más, para meter dos dedos en mi interior-. Sólo disfruta.

            Sale de dentro de mí y se pone de pie, cogiéndome en brazos, haciendo que lo rodee con mis piernas, y vuelve a besarme con urgencia, y yo le hago caso y dejo de resistirme y por fin comienzo a disfrutar del hombre al que deseo desde el mismo instante que lo vi.

            Me lleva a la habitación, soltándome a los pies de la cama, se separa de mí y yo protesto.

            -Desnúdate- me ordena y se aparta un par de pasos para poder mirarme.

            -¿Qué?

            -Quiero ver cómo te desnudas para mí. Recuerda Nina, sólo disfruta.

            Cierro los ojos, inspirando profundamente para relajarme, me quito el delantal despacio y, abriendo los ojos, comienzo a bajarme la cremallera lateral del vestido, dejándolo caer al suelo. A la vez que lo aparto, me quito las cuñas.

            -Esto no es justo...- murmuro.

            -¿Qué quieres decir?- se acerca y lleva sus manos a mis pechos, cubriéndolos casi por completo.

            -Que no es justo que yo esté aquí como mi santa madre me trajo al mundo y tu estés completamente vestido, y tocándome y yo sin poder tocar y...- me hace callar tapando mis labios con los suyos sin dejar de masajearme los pechos, y se separa.

            -¿También quieres mirar y tocar?- me lo dice ladeando una sonrisa picarona.

            -¿Lo preguntas en serio?

            -Quiero oírtelo decir.

            Suelta una pequeña carcajada y suelta mis pechos, separándose de mí. Su risa me hace relajarme y me pongo frente a él con los brazos en jarra dando golpecitos con un pie en el suelo. Le echo valor y le suelto.

            -Vamos a ver, chavalote, si quieres seguir tocando y mirando este cuerpecito- le digo señalándome a mí misma-, ya puedes empezar a dejar ver más carne- termino señalando su cuerpo.

            -Sí que tienes ganas- se ríe y se acerca despacio-. Vamos a ver, chavalota, si quieres ver y tocar algo de este cuerpecito- se señala imitando mis movimientos-, ya puedes empezar a desnudarme tu misma.

            Sin esperar más, me lanzo a sus brazos y, mientras nos besamos con ganas, comienzo a subirle la camiseta tocando cada duro musculo de su cuerpo (Dios, qué duro está). Me separo el tiempo y la distancia justa para poder sacarle la camiseta por la cabeza. Aparto la cabeza para poder admirarlo un poco, mordiéndome el labio y pasando las manos por sus duros pectorales, bajando hacia sus abdominales (menuda tabletita se gasta el muchacho) y engancho la hebilla de su cinturón, abriéndola, mientras volvemos a besarnos, hundiendo nuestras lenguas en la boca del otro, recorriendo cada rincón de ellas, como queriendo memorizarnos. Cuando tengo desabrochados los botones de su pantalón, meto la mano, acariciando su creciente erección.

            Noto como ahoga gemidos en mi boca al notar mis caricias, y sus manos viajan hasta mis caderas, bajando poco a poco mis braguitas, dejándolas caer al suelo, y yo me dejo. Porque, aunque me haya querido resistir el mayor tiempo posible, sé que esto es lo que tenía que pasar. Lo sé porque él me lo hace sentir así. Nuestros cuerpos han sido, desde el mismo instante en que se tropezaron, como dos polos opuestos, atrayéndose el uno al otro de forma inequívocamente perfecta.

            -Me estás matando, preciosa- habla sobre mi boca, mordiendo ligeramente el labio inferior y tirando de él-. Túmbate.

            Me empuja ligeramente sobre la cama, haciendo que me recueste sobre ella. Él se queda de pie, observándome mientras se quita los zapatos y el resto de la ropa que le queda puesta. Y entonces, lo veo en todo su esplendor. Cuando lo veo, ahogo un gemido e instintivamente cierro las piernas. ¿Cómo va a caber eso dentro de mí? Él se ríe por mi gesto y yo me sonrojo.

            Sube a la cama de rodillas, abriéndome las piernas para poder verme mejor.

            -No me niegues nunca esta visión- tiemblo ligeramente nerviosa. Antes he sido muy valiente a la hora de decirle que quería tenerlo desnudo, pero ahora...-, ¿entendido?

            Asiento en silencio, porque creo que en ese momento soy incapaz de articular palabra alguna. Lleva su mano hacia mi sexo, abriendo mis pliegues que cada vez están más húmedos y calientes.

            -Ahora quiero que te relajes y disfrutes de lo que voy a darte.

            -¿Qué vas a darme?- le pregunto inocente.

            -Voy a darte placer, mucho placer.
            Y sin decir nada más, agacha su cabeza y la hunde entre mis piernas.
 

Capítulo 6



            La imagen que me encuentro al abrir la puerta, me hace cerrarla de nuevo de un portazo y apoyar la espalda sobre la puerta cerrada. Éramos pocos y parió la abuela. ¿Qué coño hace Nico en la puerta de mi casa? Vuelve a llamar a la puerta, lo que me hace inspirar profundo; me separo de la puerta y la vuelvo a abrir. Lo miro fijamente, sin saber muy bien qué decirle.

            -¿Así es como te han educado tus padres?- dice en tono burlón, con esa estúpida sonrisa de medio lado en los labios- ¿Cerrándole la puerta en las narices a tus invitados?

            -¿Se puede saber qué haces aquí, Nico?- le fulmino con la mirada.

            -Eh, tranquila, fiera...- ¿me está vacilando?-. ¿Me dejas pasar? Hace mucho calor en este pasillo.

            Se sacude los picos del cuello de su polo Ralph Lauren impoluto y veo como un par de gotas de sudor le caen por la frente y el cuello. Esa imagen me hace desearlo un poco más si cabe. Mi cerebro no quería dejarlo pasar, pero mis pies actúan por sí solos y se apartan de la puerta dejándole paso. Entra y le echa un vistazo a mi pequeño piso, metiéndose las manos en los bolsillos.

            -Uuummm... Acogedor- afirma, mirándome ahora a mí, que aún estoy sujeta a la puerta abierta.

            Este capullo engreído se atreve a presentarse sin previo aviso en mi casa y encima criticarla. ¿Quién se piensa que es?

            -Repito la pregunta, por si tu ego te ha impedido escucharla-cierro la puerta y doy un par de pasos hacia él-. ¿Qué haces en mi casa?

            -¿No te alegras de verme?- resoplo y pongo los ojos en blanco. Me pone de los nervios.

            -Nico...

            -Pasaba por el barrio...- se ríe por la típica excusa que acaba de poner-. No, solo pensé que querrías venir a tomar un café conmigo para pagarme por mis servicios de alojamiento y desplazamiento.

            -¿Enserio?- niego con la cabeza y él asiente, sonriente-. No puedo, tengo que salir a comprar.

            -Te acompaño.

            -Y después tengo que prepararle una tarta de cumpleaños a mi padre- intento persuadirlo para que se vaya.

            -Soy buen repostero- afirma y se encoje de hombros.

            -No me lo creo.

            -Hagamos una apuesta. Yo te acompaño a hacer la compra, venimos de nuevo aquí y te ayudo a hacer la mejor tarta de cumpleaños de la historia. Y, si resulta que no soy tan buen repostero, te invito a una cena.

            Su tono serio me hace que comience a pensar que va en serio lo de hacerle la tarta a mi padre.

            -No, que seguro que lo haces mal a posta para poder camelarme en la cena.

            -O quizás lo haga bien y me dejes invitarte igualmente para agradecérmelo.

            Me río a carcajadas y lo miro. Sigue en la misma posición, con las piernas entreabiertas, las manos en los bolsillos y esa maldita sonrisa que conseguiría que se derritieran los polos si me la dedicara estando allí. Y esa mirada. Él está riéndose y bromeando, pero es profunda y fija en la mía, como esperando que mis ojos se den cuenta de que los suyos están hechos sólo para mirarme. Quiero apartar la vista y negarme a sus propuestas, pero no lo consigo. Este capullo engreído me tiene atrapada sólo con mirarme.

            -Vale.

            No sé por qué he aceptado. El alcohol residual del día anterior debe estar haciendo estragos.

            -Espérame sentado- le señalo al sofá y consigo dejar de mirarle-. Voy a cambiarme de ropa.

            Me giro antes de que él se acomode en mi salón y cierro la puerta de mi habitación con urgencia, apoyándome en ella y suspirando. ¿Cómo podía estar pasándome eso? Yo soy una tía muy normalita, nunca he llevado una horda de hombres babeantes detrás de mi trasero. Es decir, ni una horda ni uno suelto. No suelo llamar la atención del sexo opuesto. Soy una chica del montón. Y ahora resulta que tengo a los que probablemente sean los dos tíos más guapos y deseados de la ciudad plantados en el salón de mi casa con diferencia de diez minutos el uno del otro.

            ¡Espabila, Nina! Comienzo a quitarme la ropa que llevo puesta, soltándola en la cama, y me dirijo al armario para buscar algo fresquito que ponerme. Me decido por un vestido corto, palabra de honor y en color verde botella y unas cuñas rojas. Me recojo el pelo, que aún está algo húmedo, en una coleta lo mejor que puedo. Me miro al espejo y aún veo las inmensas ojeras que tengo. ¿¡Cómo he podido recibirle con esta cara!? Decido ponerme un poco de maquillaje para camuflarlas, un toque de rímel y brillo de labios. ¿Por qué me estaba arreglando tanto para ir a hacer la compra? Probablemente porque me da vergüenza que me vean con pintas de drogata al lado de semejante portento de la naturaleza. No es que no fuera a desentonar igual con mi pequeña capa de chapa y pintura pero, al menos no llegaría a dar pena o no pensarían que era su criada o algo así. Me echo un último vistazo en el espejo, de pie, antes de girarme hacia la puerta. Suspiro y abro, saliendo al salón.

            Él está recostado en mi sofá con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos con los pies encima de la mesa. La verdad es que me mosquea un poco la confianza que está cogiendo tan rápido. Al escuchar como cierro la puerta, baja los pies de la mesa y protesta.

            -Ya era hora. ¿A dónde has ido a por la ropa, a la Quinta Avenida?

            Se levanta, girándose hacia mí y se queda en silencio con los ojos como platos, recorriendo todo mi cuerpo con esa mirada que me hace estremecer por completo. Se acerca a mí y acaricia mi brazo desde el hombro desnudo hasta agarrarme la mano, lo que hace que se me erice cada vello de mi cuerpo. Intento soltarme, pero él me tiene agarrada la mano con firmeza.

            -Si viéndote así, alguien te deja escapar, es que no sabe dónde tiene la cabeza.

            Engreído y engatusador. Es verdad que me he arreglado un poquito más de la cuenta, teniendo en cuenta que vamos a ir a hacer la compra, pero no es ni mucho menos mi mejor modelo, ni tampoco me sienta tan bien. Este lo que quiere es llevarme al huerto.

            Sube la mano libre y me roza la mejilla con el dorso de la mano, con dulzura, como si me fuera a romper si me toca más. Ese gesto me hace ruborizar y, de repente, ya no puedo mantenerle la mirada, la  desvío hacia el suelo, agachando la cabeza.

            -No me niegues nunca esta visión que tengo de ti- susurra con su voz firme y autoritaria, y eso hace que automáticamente vuelva a mirarlo a los ojos.

            -¿Nos vamos?- digo apresuradamente.

            Necesito salir de este espacio tan cerrado, con él tan cerca. Su mirada, su cuerpo, su olor, todo me hace desearlo hasta extremos que nunca había deseado a nadie. Y eso no es algo normal que te pase con alguien que no hace ni cuarenta y ocho horas que conoces. Y menos, si es alguien que está tan lejos de ti, tanto económica como socialmente. Definitivamente, tenía que quitarme de la cabeza a Nico y alejarme cuanto antes de él. Antes de que fuera demasiado tarde y me partiera el corazón. Eso es lo que piensa mi mente, pero parece ser que mi cuerpo no está dispuesto a obedecer.

            -En marcha, preciosa.

            Sin soltarme de la mano, se gira y se encamina hacia la puerta de la entrada. Lo sigo como si fuera lo que debo de hacer en lugar de correr a toda pastilla hacia el lado contrario. De la mesilla de la entrada, cojo el bolso y salgo de casa pensando que, si no se me ocurre nada para alejarme, pronto caeré en picado hacia el abismo del rompecorazones que me lleva de la mano.

            Yo quiero ir andando, pero Nico insiste en ir en su coche para que así no tengamos que volver cargados. Bueno, es él el que tiene un coche que tendría que llevar un surtidor de gasolina incorporado, así que acepto. Aprovecho que se ha ofrecido a hacerme de transportista para hacer una compra mayor de la que había planeado simplemente para hacer la tarta. Cojo todo lo que me hace falta para la compra del mes, incluido los típicos productos de higiene femenina, tales como gel íntimo, cera para el bigote, hasta incluso compresas y tampones. En realidad, la mitad de las cosas no me hacen falta con urgencia, porque tengo de sobra en casa, pero hago todo esto para intentar avergonzarlo y que cambie de opinión sobre lo de acompañarme en la compra. Pero ahí está, sin apenas soltarme de la mano, sólo el tiempo justo de coger algunas cosas de los estantes. Y ahí estoy yo, dejándome llevar de la mano de aquel hombre, casi desconocido, con el que, en apenas dos días, ya había compartido cama y ahora hacíamos la compra como si fuéramos un matrimonio que lleva años de convivencia.

            Durante la compra y el camino a casa, me cuenta que su padre tiene una cadena de hoteles de lujo por todo el mundo y que ahora le ha dejado al mando de los establecimientos que tienen en Madrid, pero que él quiere montar algún negocio propio. Me comenta que ha visto un par de locales para montar un pub o incluso una discoteca. Lo escucho hablar sin perderme detalle de lo que dice, realmente me interesa lo que me está contando. Yo le cuento sobre mi trabajo de profesora, del que me extrañaba que él ya supiera antes de que yo se lo dijera, y me dice que ha hablado de mí con Toni. Maldito Toni, debe ser éste el que también le ha dicho en que piso vivía, porque no recuerdo habérselo dicho yo. Le hablo de mis niños con una sonrisa en los labios y llenándome de orgullo de lo que ellos son para mí,  y él no para de hacerme preguntas sobre ello.

            -¿Cómo supiste que querías ser profesora?

            -Bueno...- hablo mientras comienzo a colocar las cosas de la compra en su sitio en mi casa-. Siempre he sabido lo que quería ser de mayor, no sé. Ser profesora te tiene que gustar, es un trabajo por vocación, no es un trabajo que se escoja por el gran sueldo. Ya ves que no vivo entre lujos- señalo a mi alrededor-. Pero me siento totalmente feliz con mi trabajo.

            -Eso dice mucho de ti- dice mientras me ayuda a colocar cosas en los armarios.

            -Bueno...- me encojo de hombros y cojo un par de delantales del cajón, pasándole uno a Nico-. ¿Nos ponemos manos a la obra?

            -Vale- se coloca el delantal y me sonríe ampliamente con los brazos puestos en jarra-. Tú mandas, jefa.

            Le miro con las cejas levantadas y los ojos muy abiertos.

            -¿Acaso no eras tú el experto repostero?

            -Cierto, señorita- se pone derecho-. Me van a hacer falta: dos yogures de limón, harina, azúcar, aceite y dos sobres de levadura.

            -¡Marchando!

            Sí que se le veía resuelto, al menos en las recetas. Me giro y comienzo a poner todo lo que me ha pedido, intentando ordenarlo para que cupiera en la pequeña encimera.

            -Muy bien. ¿Dónde tienes la batidora y un bol grande para poner los ingredientes?- su voz es dulce pero a la vez autoritaria.

            -En el mueble de debajo de la vitro- le señalo al mueble que está a su lado.

            Se agacha para cogerlo y no puedo evitar quedarme con la boca abierta mirando cómo se le tensan los músculos de la espalda y el culo al hacerlo. Consigo apartar la vista justo en el momento que se pone de pie, colocándolo todo encima de la encimera junto a los ingredientes.

            -Ahora, coge los yogures y vuélcalos en el bol- hago lo que me dice.

            Sigue dándome instrucciones sobre cómo hacer las bases para la tarta y las voy siguiendo sin rechistar. Con los mismos vasos de los yogures, me indica que eche dos vasos de aceite de oliva, cuatro vasos de azúcar, seis de harina y, por último, un sobre de levadura. Mientras, él supervisa mis movimientos, dándome el visto bueno. Se coloca detrás de mi espalda, haciéndome agarrar la batidora.

            -Y ahora, poco a poco, ve batiendo todos los ingredientes hasta que se haga una masa medio compacta, sin ningún grumo.

            El notar su aliento sobre mi cabeza, inclinado sobre mí y pegado a mi espalda, me hace temblar, y le doy al botón de la batidora demasiado pronto y hago que la harina salga volando en todas direcciones.

            -¡Joder!- me maldigo a mí misma y lo escucho riéndose detrás de mí.

            Claro, él está a salvo de la tormenta de harina con mi cuerpo delante. Lo miro con los ojos entrecerrados, intentando aparentar mirada asesina, pero no sirve de nada. Me coge las manos con suavidad y hunde la batidora con cuidado en la mezcla.

            -Tienes que hacerlo con suavidad, preciosa- susurra y hace que me derrita. Presiona contra mi dedo y comenzamos a hacer la masa-. Despacio y con cariño, las cosas siempre salen mejor.

            -Ehhmmm... Ya...

            Eso que acaba de decir ha sonado tremendamente sexual y, salido de sus labios, hace que mi cuerpo sienta la necesidad de tenerlo aún más cerca. Intento concentrarme más en lo que nos traemos entre manos. O sea, la tarta; no el sexo. Cuando considera que tiene la textura correcta, se inclina algo más sobre mí, metiendo su dedo índice en la mezcla, coge un poco de masa y lo acerca a mis labios.

            -Pruébala- me ordena y, automáticamente abro la boca y me meto su dulce dedo entre los labios.

            -Mmmm...- no sé si el sonido de placer es más por el sabor de la masa o por estar saboreando su piel.

            -¿Está rica?- asiento como una tonta, relamiéndome los labios cuando él saca su dedo de mi boca. Quiero más-. Ahora, lo ponemos en la bandeja del horno cubierta con papel plata y hacemos al menos tres bases.

            Enciendo el horno mientras él reparte la masa en las tres bandejas para el horno. Cuando éste está caliente, ponemos la primera y me indica en el momento que se sabe que está lista la base. Y así con el resto. Cuando acabamos de colocar la última base, suena el timbre de la casa y me sobresalto.

            -Menudo día de visitas tengo- murmuro-. Espera un segundito aquí, ¿vale?

            -Vale, yo vigilaré el horno.

            Voy hacia la puerta, limpiándome las manos en el delantal. ¿Quién será a esta hora? Miro el reloj del TDT antes de echar un vistazo por la mirilla; son las ocho y media de la tarde. Resoplo al ver quién es, y abro.

            -¿Cuándo pensabas contármelo?- el torbellino de mi amiga entra en mi piso moviendo las manos alterada.

            -¿Contarte el qué, Vic?- la miro sin entender a qué se refiere. Espero que a David no se le haya ido la lengua y le haya contado nuestro affaire.

            -Traigo una botella de vino para que te sientes y sueltes la lengua, querida.

            -Sigo sin entenderte, nena.

            -¡Te has tirado al morenazo!- me mira con cara de enfadada.

            -¿Qué estás diciendo, Vic? Baja el volumen, por favor...- me muero de vergüenza como lo oiga el mencionado morenazo.

            -¡¿Que baje el volumen?!- me mira con cara de incrédula-. ¡Te has tirado al morenazo más buenorro de todo el planeta! Después de mi niño, claro. ¡Y no me lo has contado! A mí, a tu mejor amiga. Esto no te lo perdono.

            En ese momento, Nico sale de la cocina y, sonriente, me mira burlón.

            -Preciosa, la última base está lista.
 

jueves, 13 de febrero de 2014

Capítulo 5



            Sigue el ascenso de su mano hasta mi cuello, lo que me hace perder el norte. Y, de pronto, noto como sus labios están rozando los míos, sin llegar a presionarlos, como tanteando el terreno. De mi pecho sale un suspiro y me vienen imágenes de la única noche que pasamos juntos. Y, sin más, me encuentro respondiéndole a ese roce. Al notar mi aceptación, él comienza a besarme de forma dulce, como saboreándome, y yo le correspondo de la misma manera. Sus labios saben tan bien que me apremian a que vaya a más, y me encuentro con mi mano sobre su nuca, enredando los dedos entre su pelo, tirando ligeramente de él, lo que hace que le salga un ronco sonido de su garganta. En un movimiento, me encuentro a horcajadas sobre él, rodeándolo con mis brazos, con una de sus manos sobre mi espalda, por debajo de la camiseta, y la otra sobre mi culo, apretándolo. Nuestras lenguas se encuentran recorriendo la boca del otro, batiéndose entre ellas en una especie de lucha de placer húmedo. No puedo evitar ahogar un gemido sobre su boca que me hace separarme por un momento, para poder respirar, de esos labios que me están sometiendo a esa dulce tortura.

            -¡Dios!- no sé por qué me sale siempre la “vena religiosa” en estos momentos.

            -Te he echado tanto de menos...- me susurra, dando besos por mi cuello.

            Yo echo la cabeza hacia atrás, para darle mejor acceso a esa zona tan especialmente sensible de mi cuerpo.

            -Y yo también, joder.

            Nuestros cuerpos se rozan cada vez de forma más intensa. Noto como se va poniendo duro debajo de sus vaqueros, presionando mi sexo a través de la fina tela de mis pantalones y mis braguitas. Eso me hace estremecerme y humedecerme, y me hace jadear. Volvemos a besarnos de forma más salvaje. Su mano sube por mi costado por debajo de mi camiseta hasta llegar a la altura de mi pecho y lo acaricia por el lado, lo que hace que se me ericen los pezones. La otra  mano sigue el mismo camino que la primera, atrapándome de esta forma los dos pechos, masajeándolos, pellizcando mis pezones de forma suave, lo que me hace ahogar un gemido detrás de otro. Cada vez estoy más mojada y me rozo más contra él, moviendo mis caderas en círculos.

 

            Oh!
            Just shoot for the stars
            If it feels right
            Then aim for my heart
            If you feel like
            And take me away
            Make it okay
            I swear I’ll behave

 

            Suenan las primeras frases de la melodía de mi móvil. ¡Empiezo a odiar a Adam Levine en ese mismo instante!

            -No lo cojas, por favor- me suplica David en un susurro ahogado por los jadeos.

            -No pensaba hacerlo.

            Vuelvo a besarlo, presionando mis pechos contra sus manos, buscando su lengua con la mía, con ansia, como una persona que lleva a dieta un mes y le permiten probar un dulce. Decido comprobar lo que se cuece entre sus piernas, metiendo mi mano entre nuestros cuerpos, masajeándolo por encima del pantalón y...

            Riiiing... Riiiing... El teléfono de casa comienza a sonar.

            -¡Me voy a cagar en toda la puta madre que parió a Alexander Graham Bell!- definitivamente, me perdía la boquita en momentos como éste.

            Me separo de su boca mirándole con los ojos perdidos de placer y él protesta intentando volver a besarme.

            -Tengo que coger, puede ser importante...

            Quita sus manos de mi cuerpo a regañadientes y se recuesta en el respaldo del sofá resoplando enfadado. Corro hacia el teléfono y cojo jadeando, y no por la carrera hacia el aparato.

            -¿Quién es?- digo con tono de pocos amigos.

            -Hola, hija- la voz de mi madre suena al otro lado de la línea.

            -Hola, mamá...- contesto, con mucha desgana, y pongo los ojos en blanco. Miro a David, que está con cara de pocos amigos, pidiéndole perdón con la mirada.

            -¿Eso es lo que te alegras de escuchar a tu madre?- mamá y su dramatismo.

            -¿Qué necesitas, mamá?- intento sonar más contenta, dando vueltas por detrás del sofá con el auricular en la oreja.

            -Nada, era sólo para preguntarte cómo estabas y para recordarte que mañana es el cumpleaños de tu padre y quedaste en traer tú la tarta.

            -No lo he olvidado, mamá- en realidad se me había pasado un poco lo de la tarta. Aún tengo que ir a comprar los ingredientes para prepararla.

            -Vale, cariño. ¿Cómo has empezado la semana?

            Lo que me faltaba ahora mismo, yo con un calentón de diez pares de narices y mi madre preguntona. David se levanta y se pone detrás de mí sujetando mis caderas y dando besos por mis hombros, esto tampoco ayudaba al mencionado calentón.

            -Bueno, podría haber sido mejor- suelto un suspiro y me aparto un poco de mi amigo.

            -¿Qué pasa, hija? ¿Has tenido problemas en el trabajo?

            -No, es sólo que no he dormido muy bien hoy.

            David vuelve a agarrarme, pegándome a su cuerpo, y sube dando besos por mi cuello.

            -¡Para!- le susurro mientras tapo el auricular para que mi madre no me escuche y haya otro motivo más de conversación. Le hago una seña hacia el sofá y él se sienta enfurruñado.

            -¿Y eso?- dice mi madre en tono algo preocupado.

            Le cuento a mi madre mi salida de ayer para darle la bienvenida a David, omitiendo las cantidades ingentes de alcohol que hubo por él camino. Sí, tengo 26 años y mi madre aún se piensa que lo más fuerte que tomo es Nestea. Soy su niña pequeña... A mi madre le cae muy bien David, creo que siempre ha deseado que acabáramos juntos, así que se pone muy contenta con la noticia de su vuelta.

            -¡Qué bien que haya vuelto!- se le nota  la felicidad en la voz.

            -Sí...

            Miro a mi amigo, sentado en mi sofá, nervioso, toqueteándose las manos y dando golpecitos con el pie en el suelo. Al verlo allí, mirándome sin saber qué hacer mientras mi madre me sigue dando el discursito, no paro de darle vueltas a las cosas. David me gusta, siempre me ha gustado. Pero me había llegado a convencer de que lo que pasó antes de que se fuera, fue un error. Él se marchó y estuvo casi un mes sin mandar siquiera un mensaje. Y cuando por fin dio señales de vida, hizo como si no recordara nada de aquello. Me partió el corazón.

            -¿Cariño?- la voz de mi madre me saca de mis pensamientos, haciendo apartar la mirada del chico que los tenía ocupados.

            -Perdona, mamá. Me despisté.

            -Te decía que le digas a David que venga a la fiesta de cumpleaños de tu padre.

            -Ejem... Se lo comentaré, pero andará ocupado, no sé si podrá.

            -Tu díselo, seguro que hace un hueco. Tengo ganas de verlo- pues sí que está feliz mi madre de que David esté de vuelta en Madrid-. Os esperamos a las seis en casa.

            -Vale.

            -Hasta mañana, cariño. Cuídate.

            -Hasta mañana, mamá. Te quiero.

            Le cuelgo y dejo el auricular en su sitio. Me quedo parada un instante, cogiendo aire profundamente. Vuelvo al sofá y me siento al lado de mi amigo. Él está con un brazo puesto sobre los ojos y parece estar intentando controlar la respiración.

            -Mi madre te invita al cumpleaños de papá, mañana.

            Me mira con ojos de incrédulo como diciendo ¿de verdad me vas a hablar de tus padres ahora?

            -David, yo...- se incorpora y me mira fijamente.

            -¿Me vas a decir que no estabas deseando hacer lo que acabamos de hacer?- noto cierto tono de enfado en su voz.

            -No es eso, es que...- me levanto, me llevo las manos a la cara para restregarme y doy pasos de un lado a otro-. Tú y yo somos amigos, esto no funcionaría, no deberíamos...- me interrumpo, no sé qué decir.

-¿Qué no deberíamos hacer?- se levanta y da una voz, enfadado.

-¿Qué coño te pasa David?- lo miro a los ojos fijamente.

            -¿Sabes qué me pasa?- resopla acercándose a mí-. Me pasa que llevo un año pensando en ti. Echándote de menos. Pensando en aquella última noche. Cierro los ojos y te veo sobre mí, debajo de mí. Deseando estar cerca de ti a cada segundo. Deseándote.

            Se acerca más a mí poniendo su mano sobre mi mejilla, acariciándola con el pulgar.

            -Te fuiste- suspiro cerrando los ojos.

            -Ojalá hubiera podido quedarme.

            -Te fuiste y no quisiste saber de mí en casi un mes.

            Su mano va desde mi mejilla hacia mi nuca apoyando su frente sobre la mía.

            -Lo siento. Me cagué de miedo- susurra, acariciando nuestras narices-. No supe cómo afrontarlo y...

            -Decidiste que era mejor dejar que yo pensara que yo para ti había sido una más que apuntar en tu agenda de conquistas- le interrumpo con la voz quebrada.

            -Tú nunca fuiste una más. Te quiero, fea.

            -Tú no me quieres, David- me aparto despacio-. No al menos de la forma que quieres creer ahora mismo.

            -Aquella noche fue especial.

            -Sí, lo fue- agacho la mirada-. Para mí fue una de los momentos más especiales de mi vida, pero el vacío que me quedó después aún me duele.

            -Entonces, ¿por qué me rechazas ahora?

            -Porque probablemente aquello no debió pasar entonces, ni debe pasar ahora. Porque podría romper la amistad que tenemos y eso acabaría por romperme el corazón.

            -¿Acaso no soy suficiente para ti?- me mira con dolor.

            -David, no digas eso...

            -¿O es sólo que no soy Nicolás Navarro?

            Lo miro sin entender a qué ha venido ese comentario, y me enfrento a él.

            -No sé qué cojones te pasa con Nico, pero te puedo asegurar que no tiene nada que ver con lo que está pasando aquí. Así que deja el tema.

            ¿Seguro que no lo tenía? Me dirijo hacia la puerta dejándola abierta.

            -Deberías marcharte ahora, antes de que digamos más cosas de las que nos arrepintamos- me mira con ojos entristecidos.

            -Nina...- se acerca, intentando que lo mire a los ojos.

            -Ahora no me apetece seguir hablando- la mirada vuelve a tornársele enfadada.

            -Sí, será mejor que me vaya...

            Atraviesa el umbral de mi casa con cara de enfadado y cierro de un portazo detrás de él. Me dirijo hacia el sofá bufando, maldiciendo entre dientes, y cuando me tumbo, doy patadas al aire, sin saber si estoy más molesta con David o conmigo misma. A los cinco minutos llaman a la puerta y, con cara de pocos amigos, voy a abrirla.

            -¡David, te he dicho que no quiero hablar ahora mismo!- grito mientras abro la puerta.