viernes, 14 de febrero de 2014

Capítulo 6



            La imagen que me encuentro al abrir la puerta, me hace cerrarla de nuevo de un portazo y apoyar la espalda sobre la puerta cerrada. Éramos pocos y parió la abuela. ¿Qué coño hace Nico en la puerta de mi casa? Vuelve a llamar a la puerta, lo que me hace inspirar profundo; me separo de la puerta y la vuelvo a abrir. Lo miro fijamente, sin saber muy bien qué decirle.

            -¿Así es como te han educado tus padres?- dice en tono burlón, con esa estúpida sonrisa de medio lado en los labios- ¿Cerrándole la puerta en las narices a tus invitados?

            -¿Se puede saber qué haces aquí, Nico?- le fulmino con la mirada.

            -Eh, tranquila, fiera...- ¿me está vacilando?-. ¿Me dejas pasar? Hace mucho calor en este pasillo.

            Se sacude los picos del cuello de su polo Ralph Lauren impoluto y veo como un par de gotas de sudor le caen por la frente y el cuello. Esa imagen me hace desearlo un poco más si cabe. Mi cerebro no quería dejarlo pasar, pero mis pies actúan por sí solos y se apartan de la puerta dejándole paso. Entra y le echa un vistazo a mi pequeño piso, metiéndose las manos en los bolsillos.

            -Uuummm... Acogedor- afirma, mirándome ahora a mí, que aún estoy sujeta a la puerta abierta.

            Este capullo engreído se atreve a presentarse sin previo aviso en mi casa y encima criticarla. ¿Quién se piensa que es?

            -Repito la pregunta, por si tu ego te ha impedido escucharla-cierro la puerta y doy un par de pasos hacia él-. ¿Qué haces en mi casa?

            -¿No te alegras de verme?- resoplo y pongo los ojos en blanco. Me pone de los nervios.

            -Nico...

            -Pasaba por el barrio...- se ríe por la típica excusa que acaba de poner-. No, solo pensé que querrías venir a tomar un café conmigo para pagarme por mis servicios de alojamiento y desplazamiento.

            -¿Enserio?- niego con la cabeza y él asiente, sonriente-. No puedo, tengo que salir a comprar.

            -Te acompaño.

            -Y después tengo que prepararle una tarta de cumpleaños a mi padre- intento persuadirlo para que se vaya.

            -Soy buen repostero- afirma y se encoje de hombros.

            -No me lo creo.

            -Hagamos una apuesta. Yo te acompaño a hacer la compra, venimos de nuevo aquí y te ayudo a hacer la mejor tarta de cumpleaños de la historia. Y, si resulta que no soy tan buen repostero, te invito a una cena.

            Su tono serio me hace que comience a pensar que va en serio lo de hacerle la tarta a mi padre.

            -No, que seguro que lo haces mal a posta para poder camelarme en la cena.

            -O quizás lo haga bien y me dejes invitarte igualmente para agradecérmelo.

            Me río a carcajadas y lo miro. Sigue en la misma posición, con las piernas entreabiertas, las manos en los bolsillos y esa maldita sonrisa que conseguiría que se derritieran los polos si me la dedicara estando allí. Y esa mirada. Él está riéndose y bromeando, pero es profunda y fija en la mía, como esperando que mis ojos se den cuenta de que los suyos están hechos sólo para mirarme. Quiero apartar la vista y negarme a sus propuestas, pero no lo consigo. Este capullo engreído me tiene atrapada sólo con mirarme.

            -Vale.

            No sé por qué he aceptado. El alcohol residual del día anterior debe estar haciendo estragos.

            -Espérame sentado- le señalo al sofá y consigo dejar de mirarle-. Voy a cambiarme de ropa.

            Me giro antes de que él se acomode en mi salón y cierro la puerta de mi habitación con urgencia, apoyándome en ella y suspirando. ¿Cómo podía estar pasándome eso? Yo soy una tía muy normalita, nunca he llevado una horda de hombres babeantes detrás de mi trasero. Es decir, ni una horda ni uno suelto. No suelo llamar la atención del sexo opuesto. Soy una chica del montón. Y ahora resulta que tengo a los que probablemente sean los dos tíos más guapos y deseados de la ciudad plantados en el salón de mi casa con diferencia de diez minutos el uno del otro.

            ¡Espabila, Nina! Comienzo a quitarme la ropa que llevo puesta, soltándola en la cama, y me dirijo al armario para buscar algo fresquito que ponerme. Me decido por un vestido corto, palabra de honor y en color verde botella y unas cuñas rojas. Me recojo el pelo, que aún está algo húmedo, en una coleta lo mejor que puedo. Me miro al espejo y aún veo las inmensas ojeras que tengo. ¿¡Cómo he podido recibirle con esta cara!? Decido ponerme un poco de maquillaje para camuflarlas, un toque de rímel y brillo de labios. ¿Por qué me estaba arreglando tanto para ir a hacer la compra? Probablemente porque me da vergüenza que me vean con pintas de drogata al lado de semejante portento de la naturaleza. No es que no fuera a desentonar igual con mi pequeña capa de chapa y pintura pero, al menos no llegaría a dar pena o no pensarían que era su criada o algo así. Me echo un último vistazo en el espejo, de pie, antes de girarme hacia la puerta. Suspiro y abro, saliendo al salón.

            Él está recostado en mi sofá con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos con los pies encima de la mesa. La verdad es que me mosquea un poco la confianza que está cogiendo tan rápido. Al escuchar como cierro la puerta, baja los pies de la mesa y protesta.

            -Ya era hora. ¿A dónde has ido a por la ropa, a la Quinta Avenida?

            Se levanta, girándose hacia mí y se queda en silencio con los ojos como platos, recorriendo todo mi cuerpo con esa mirada que me hace estremecer por completo. Se acerca a mí y acaricia mi brazo desde el hombro desnudo hasta agarrarme la mano, lo que hace que se me erice cada vello de mi cuerpo. Intento soltarme, pero él me tiene agarrada la mano con firmeza.

            -Si viéndote así, alguien te deja escapar, es que no sabe dónde tiene la cabeza.

            Engreído y engatusador. Es verdad que me he arreglado un poquito más de la cuenta, teniendo en cuenta que vamos a ir a hacer la compra, pero no es ni mucho menos mi mejor modelo, ni tampoco me sienta tan bien. Este lo que quiere es llevarme al huerto.

            Sube la mano libre y me roza la mejilla con el dorso de la mano, con dulzura, como si me fuera a romper si me toca más. Ese gesto me hace ruborizar y, de repente, ya no puedo mantenerle la mirada, la  desvío hacia el suelo, agachando la cabeza.

            -No me niegues nunca esta visión que tengo de ti- susurra con su voz firme y autoritaria, y eso hace que automáticamente vuelva a mirarlo a los ojos.

            -¿Nos vamos?- digo apresuradamente.

            Necesito salir de este espacio tan cerrado, con él tan cerca. Su mirada, su cuerpo, su olor, todo me hace desearlo hasta extremos que nunca había deseado a nadie. Y eso no es algo normal que te pase con alguien que no hace ni cuarenta y ocho horas que conoces. Y menos, si es alguien que está tan lejos de ti, tanto económica como socialmente. Definitivamente, tenía que quitarme de la cabeza a Nico y alejarme cuanto antes de él. Antes de que fuera demasiado tarde y me partiera el corazón. Eso es lo que piensa mi mente, pero parece ser que mi cuerpo no está dispuesto a obedecer.

            -En marcha, preciosa.

            Sin soltarme de la mano, se gira y se encamina hacia la puerta de la entrada. Lo sigo como si fuera lo que debo de hacer en lugar de correr a toda pastilla hacia el lado contrario. De la mesilla de la entrada, cojo el bolso y salgo de casa pensando que, si no se me ocurre nada para alejarme, pronto caeré en picado hacia el abismo del rompecorazones que me lleva de la mano.

            Yo quiero ir andando, pero Nico insiste en ir en su coche para que así no tengamos que volver cargados. Bueno, es él el que tiene un coche que tendría que llevar un surtidor de gasolina incorporado, así que acepto. Aprovecho que se ha ofrecido a hacerme de transportista para hacer una compra mayor de la que había planeado simplemente para hacer la tarta. Cojo todo lo que me hace falta para la compra del mes, incluido los típicos productos de higiene femenina, tales como gel íntimo, cera para el bigote, hasta incluso compresas y tampones. En realidad, la mitad de las cosas no me hacen falta con urgencia, porque tengo de sobra en casa, pero hago todo esto para intentar avergonzarlo y que cambie de opinión sobre lo de acompañarme en la compra. Pero ahí está, sin apenas soltarme de la mano, sólo el tiempo justo de coger algunas cosas de los estantes. Y ahí estoy yo, dejándome llevar de la mano de aquel hombre, casi desconocido, con el que, en apenas dos días, ya había compartido cama y ahora hacíamos la compra como si fuéramos un matrimonio que lleva años de convivencia.

            Durante la compra y el camino a casa, me cuenta que su padre tiene una cadena de hoteles de lujo por todo el mundo y que ahora le ha dejado al mando de los establecimientos que tienen en Madrid, pero que él quiere montar algún negocio propio. Me comenta que ha visto un par de locales para montar un pub o incluso una discoteca. Lo escucho hablar sin perderme detalle de lo que dice, realmente me interesa lo que me está contando. Yo le cuento sobre mi trabajo de profesora, del que me extrañaba que él ya supiera antes de que yo se lo dijera, y me dice que ha hablado de mí con Toni. Maldito Toni, debe ser éste el que también le ha dicho en que piso vivía, porque no recuerdo habérselo dicho yo. Le hablo de mis niños con una sonrisa en los labios y llenándome de orgullo de lo que ellos son para mí,  y él no para de hacerme preguntas sobre ello.

            -¿Cómo supiste que querías ser profesora?

            -Bueno...- hablo mientras comienzo a colocar las cosas de la compra en su sitio en mi casa-. Siempre he sabido lo que quería ser de mayor, no sé. Ser profesora te tiene que gustar, es un trabajo por vocación, no es un trabajo que se escoja por el gran sueldo. Ya ves que no vivo entre lujos- señalo a mi alrededor-. Pero me siento totalmente feliz con mi trabajo.

            -Eso dice mucho de ti- dice mientras me ayuda a colocar cosas en los armarios.

            -Bueno...- me encojo de hombros y cojo un par de delantales del cajón, pasándole uno a Nico-. ¿Nos ponemos manos a la obra?

            -Vale- se coloca el delantal y me sonríe ampliamente con los brazos puestos en jarra-. Tú mandas, jefa.

            Le miro con las cejas levantadas y los ojos muy abiertos.

            -¿Acaso no eras tú el experto repostero?

            -Cierto, señorita- se pone derecho-. Me van a hacer falta: dos yogures de limón, harina, azúcar, aceite y dos sobres de levadura.

            -¡Marchando!

            Sí que se le veía resuelto, al menos en las recetas. Me giro y comienzo a poner todo lo que me ha pedido, intentando ordenarlo para que cupiera en la pequeña encimera.

            -Muy bien. ¿Dónde tienes la batidora y un bol grande para poner los ingredientes?- su voz es dulce pero a la vez autoritaria.

            -En el mueble de debajo de la vitro- le señalo al mueble que está a su lado.

            Se agacha para cogerlo y no puedo evitar quedarme con la boca abierta mirando cómo se le tensan los músculos de la espalda y el culo al hacerlo. Consigo apartar la vista justo en el momento que se pone de pie, colocándolo todo encima de la encimera junto a los ingredientes.

            -Ahora, coge los yogures y vuélcalos en el bol- hago lo que me dice.

            Sigue dándome instrucciones sobre cómo hacer las bases para la tarta y las voy siguiendo sin rechistar. Con los mismos vasos de los yogures, me indica que eche dos vasos de aceite de oliva, cuatro vasos de azúcar, seis de harina y, por último, un sobre de levadura. Mientras, él supervisa mis movimientos, dándome el visto bueno. Se coloca detrás de mi espalda, haciéndome agarrar la batidora.

            -Y ahora, poco a poco, ve batiendo todos los ingredientes hasta que se haga una masa medio compacta, sin ningún grumo.

            El notar su aliento sobre mi cabeza, inclinado sobre mí y pegado a mi espalda, me hace temblar, y le doy al botón de la batidora demasiado pronto y hago que la harina salga volando en todas direcciones.

            -¡Joder!- me maldigo a mí misma y lo escucho riéndose detrás de mí.

            Claro, él está a salvo de la tormenta de harina con mi cuerpo delante. Lo miro con los ojos entrecerrados, intentando aparentar mirada asesina, pero no sirve de nada. Me coge las manos con suavidad y hunde la batidora con cuidado en la mezcla.

            -Tienes que hacerlo con suavidad, preciosa- susurra y hace que me derrita. Presiona contra mi dedo y comenzamos a hacer la masa-. Despacio y con cariño, las cosas siempre salen mejor.

            -Ehhmmm... Ya...

            Eso que acaba de decir ha sonado tremendamente sexual y, salido de sus labios, hace que mi cuerpo sienta la necesidad de tenerlo aún más cerca. Intento concentrarme más en lo que nos traemos entre manos. O sea, la tarta; no el sexo. Cuando considera que tiene la textura correcta, se inclina algo más sobre mí, metiendo su dedo índice en la mezcla, coge un poco de masa y lo acerca a mis labios.

            -Pruébala- me ordena y, automáticamente abro la boca y me meto su dulce dedo entre los labios.

            -Mmmm...- no sé si el sonido de placer es más por el sabor de la masa o por estar saboreando su piel.

            -¿Está rica?- asiento como una tonta, relamiéndome los labios cuando él saca su dedo de mi boca. Quiero más-. Ahora, lo ponemos en la bandeja del horno cubierta con papel plata y hacemos al menos tres bases.

            Enciendo el horno mientras él reparte la masa en las tres bandejas para el horno. Cuando éste está caliente, ponemos la primera y me indica en el momento que se sabe que está lista la base. Y así con el resto. Cuando acabamos de colocar la última base, suena el timbre de la casa y me sobresalto.

            -Menudo día de visitas tengo- murmuro-. Espera un segundito aquí, ¿vale?

            -Vale, yo vigilaré el horno.

            Voy hacia la puerta, limpiándome las manos en el delantal. ¿Quién será a esta hora? Miro el reloj del TDT antes de echar un vistazo por la mirilla; son las ocho y media de la tarde. Resoplo al ver quién es, y abro.

            -¿Cuándo pensabas contármelo?- el torbellino de mi amiga entra en mi piso moviendo las manos alterada.

            -¿Contarte el qué, Vic?- la miro sin entender a qué se refiere. Espero que a David no se le haya ido la lengua y le haya contado nuestro affaire.

            -Traigo una botella de vino para que te sientes y sueltes la lengua, querida.

            -Sigo sin entenderte, nena.

            -¡Te has tirado al morenazo!- me mira con cara de enfadada.

            -¿Qué estás diciendo, Vic? Baja el volumen, por favor...- me muero de vergüenza como lo oiga el mencionado morenazo.

            -¡¿Que baje el volumen?!- me mira con cara de incrédula-. ¡Te has tirado al morenazo más buenorro de todo el planeta! Después de mi niño, claro. ¡Y no me lo has contado! A mí, a tu mejor amiga. Esto no te lo perdono.

            En ese momento, Nico sale de la cocina y, sonriente, me mira burlón.

            -Preciosa, la última base está lista.
 

5 comentarios:

  1. asi da gusto meterte en la cocina,yo tb haria alguna tarta jeje,con ganas dl 7 yaaaa,es terminar un cap y ganas d ver el siguiente,como ira esa xarla......CM

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  2. jajajajaja fue genial eso xDD definitivamente amo a Nicolas ñ.ñ gano mi corazón Mandy no lo pude evitar... sigue escribiendo xD...
    PD. Sabias que leo tus capitulos mientras doy clases?? Mira lo que tu historia hace conmigo

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    1. Gracias de veras por tu entusiasmo Pattylu!! Te recomiendo que el 7 y el 8 no los leas en clase. jajaja

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  3. Me gusta mucho este Nico está interesante la cosa!!!

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  4. guauuuuu quiero hacer una tarta en esas condiciones!!!!

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